1562, Mani : Se equivoca el fuego 

tlacuiloFray Diego de Landa arroja a las llamas, uno tras otro, los libros de los mayas.

El inquisidor maldice a Satanàs y el fuego crepita y devora. Alrededor del quemadero, los herejes aùllan cabeza abajo. Colgados de los pies, desollados a latigazos, los in dios reciben baños de cera hirviente mientras crecen las Ilamaradas y crujen los libros, como quejàndose.

Esta noche se convierten en cenizas ocho siglos de literatura maya. En estos largos pliegos de papel de corteza, hablaban los signos y las imàgenes: contaban los trabajos y los dias, los sueños y las guerras de un pueblo nacido antes que Cristo. Con pinceles de cerdas de jabali, los sabedores de cosas habian pintado estos libros alumbrados, alumbradores, para que los nietos de los nietos no fueran ciegos y supieran verse y ver la historia de los suyos, para que conocieran el movimiento de las estrellas, la frecuencia de los eclipses y las profecias de los dioses, y para que pudieran llamar a las lluvias y a las buenas cosechas de maiz. Al centro, el inquisidor quema los libros.

En torno de la hoguera inmensa, castiga a los lectores. Mientras tanto, los autores, artistas-sacerdotes muertos hace años o hace siglos, beben chocolate a la fresca sombra del primer àrbol del mundo.

Ellos estàn en paz, porque han muerto sabiendo que la memoria no se incendia.

¿ Acaso no se cantarà y se danzarà, por los tiempos de los tiempos, lo que ellos habian pintado? Cuando le queman sus casitas de papel, la memoria encuentra refugio en las bocas que cantan las glorias de los hombre y los dioses, cantates que de gente en quedan, y en los cuerpos que danzan al son de los troncos huecos, los caparazones de tortuga y las flautas de caña

(Memoria del fuego/los nacimientos Eduardo Galeano)

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